sábado, 25 de junio de 2011

MUSEO DE LA EVOLUCIÓN HUMANA EN BURGOS



A los atractivos que ya revestía la ciudad de Burgos, con el Museo de la Evolución Humana se ha añadido uno más y de alto interés. Verlo era el objeto de nuestra última excursión, aunque también tuvimos ocasión de darnos un paseo por la zona más monumental de la ciudad y comer buen lechazo en el restaurante Azofra. De todo lo cual da fe el vídeo presente.
Dada la diáspora veraniega que se produce entre los miembros de nuestro grupo, ya no habrá nueva excusión hasta septiembre. Lo que se anunciará previamente en este blog. 

martes, 14 de junio de 2011

PROXIMA EXCURSIÓN, MIÉRCOLES 22 DE JUNIO


Saliendo a las 8,40 de Las Arenas y a las 9, de El Sagrado Corazón, iremos a Burgos a visitar el Museo de la Evolución Humana. La comida la hemos reservado en el Restaurante Azofra, en el que hemos estado otras veces, y consistirá en lechazo y algún entrante típico. 

jueves, 9 de junio de 2011

CANTABRIA INFINITA

 

No puede decirse que nuestro grupo sea particularmente remiso a la hora de visitar el limítrofe territorio cántabro. A voleo y solo en los últimos tiempos a uno se le ocurren lugares que, como Trasmiera, Castro, Laredo y la propia Santander, han sido objetivos de nuestras mensuales descubiertas.

Pero, como con menos propiedad se suele decir de tantas otras regiones, a Cantabria nunca se le acaba de conocer del todo. Mar, montaña, recónditos valles, vida rural y urbana, monumentos, gastronomía, de todo hay en Cantabria.

Por eso y por lo que vimos, no se produce ni el más mínimo rubor a la hora de robarle a la Consejería de Turismo el eslogan de Cantabria Infinita que sirve de título a estas líneas y que la citada institución utiliza en sus folletos.

Esta vez nos habíamos decidido por la Cantabria profunda, la de la comarca del Saja y Nansa, más concretamente, por pedanías pertenecientes al municipio de Cabezón de la Sal. Y, claro está, a ver a quien no le ha llamado la atención más de una vez la curiosa toponimia de esa localidad. Pues para eso está la mejor amiga del cronista-internauta, es decir, Wikipedia.

Según la benemérita enciclopedia electrónica, lo de cabezón puede deberse a que en la época romana ese mismo nombre recibía una medida utilizada para el comercio de la sal. Otra posibilidad es que provenga de la existencia de una antigua torre medieval de vigilancia que se llamaban cabezos.

Sobre lo que no cabe duda es que el subsuelo de esta localidad es riquísimo en depósitos de sal, lo que geológicamente se conoce como diapiros salinos. Se explotaban inyectándoles grandes cantidades de agua que luego se recogía y se calentaba al fuego para, por evaporación y decantación, obtener la sal. De hecho, parece ser que hoy en día y por la utilización de ese procedimiento, diversas partes del municipio corren peligro de hundimiento.

El caso es que nosotros no nos pusimos en riesgo, porque en realidad y pese a la prolija digresión etimológica anterior, lo que se dice estar, estar, en Cabezón de la Sal no estuvimos. Aunque, como ha quedado claro, sí en alguna de sus pedanías.

Empezando por la de Carrejo donde el ritual de la tortilla adquirió cotas de muy alta sofisticación, ya que en dicha pedanía se encuentra El Jardín de Carrejo, un bucólico hotel rural donde tuvo lugar su degustación. La tortilla fue muy buena, al igual que el vino que le acompañó, pero el escenario sobrepasaba con mucho la modestia del refrigerio.

Porque se trata de un hotel bonito donde los haya, con 12 habitaciones y todos los servicios que puede ofrecer la más moderna hostelería, pero, sobre todo, con un jardín de 30.000 m2 primorosamente cuidado, con bellísimo y variado arbolado, sequoias, cedros, nogales, robles, sauces, praderas y estanques. Un lugar ideal para perderse y descansar que nos fue mostrado por Isabel, su gentil directora.

Quien más, quien menos, lo seguro es todos abandonamos tan bucólico paraje albergando la secreta esperanza de volver a conocerlo con más detenimiento y, acaso, con otra compañía.

Pero ya era hora de pasar al segundo punto del programa que consistía en girar una visita al Museo de la Naturaleza de Cantabria que sienta sus reales en una casa-palacio del siglo XVIII, en la misma pedanía de Carrejo y a escasos 100 metros del hotel.

Este Museo cuenta con 600 piezas de la fauna y flora continental y no contempla la vida marítima. Mediante la combinación de mapas y paneles informativos, la muestra se divide en tres apartados: la franja costera y los ríos, el bosque y la alta montaña. Es notable su colección de animales naturalizados – disecados- , alguno de los cuales fue realizado por el prestigioso especialista José María Benedito, del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, y las más antiguas datan de 1926.

Después del ilustrativo recorrido por el Museo, tomamos el autobús para ir a otra pedanía, la de Casar de Periedo, donde había de tener lugar el plato fuerte de la jornada en forma de visita a la recoleta factoría de Delicatessen La Ermita.

Es curioso que esta visita surgiera como alternativa y plan B a los reiterados e infructuosos esfuerzos de Alberto Echevarría para lograr que nos recibieran en La Lechera de La Penilla. Pero, por lo que parece, los gestores de esa filial de Nestlé, instalada desde 1905 en Cantabria, prefieren recibir a 50 niños que a 20 viejos, lo que es perfectamente comprensible. Sin embargo, lejos de defraudar, la visita a La Ermita resultó altamente interesante por lo que de reveladora tuvo de cómo puede conseguirse el éxito partiendo de modestos principios a través del esfuerzo personal.

Los hermanos Amparo, Cándido y Ramón Salmón García de los Salmones, fundadores y propietarios de La Ermita, comenzaron su andadura profesional en San Pedro de Rudagüera donde sus padres adquieren en los años 60 una casona dedicada a tienda-taberna de ultramarinos, donde también se daban comidas. En los años 80 esa casona se reforma sin tocar su estructura y se convierte en una hospedería, aprovechando las paredes de la ermita en la cual se apoyaba. El éxito de su cocina conduce a la apertura de otro establecimiento en Puente de San Miguel y, por último, al salto cualitativo fundamental en forma de respuesta afirmativa a la pregunta de que, si nuestros productos gustan ¿por qué no producirlos y comercializarlos de forma industrial?

Hoy en día los productos de La Ermita tienen una bien merecida fama de calidad y se distribuyen con criterios de cierta selectividad. De todo esto nos informó cumplidamente, Marta, la Directora de Calidad de la factoría de Casar, mientras que, enfundados en aséptica indumentaria, hacíamos un recorrido por sus instalaciones.

Es de señalar que, a diferencia de La Lechera, La Ermita no elabora sólo productos lácteos, sino que entre sus especialidades puede, por ejemplo, encontrarse cocido montañés, olla ferroviaria y fabes con chorizo. Y, aunque sí más lácteas, gran variedad de croquetas.

Como es de rigor en estas visitas y constituye un buen motivo para que nos vuelvan a dejar salir de casa o, al menos, nos reciban con cierta alegría, nos aprovisionamos mediante pago de una gran variedad de productos, además de recibir de regalo un surtido de muestras.

El último y más esperado –como es habitual– punto del orden del día era la comida que, ya es hora de decirlo, estaba contratada en la casa matriz de La Ermita, es decir en la remozada aquella primera tienda-taberna de San Pedro de Rudagüera.

La hospedería y el restaurante reciben el nombre de La Ermita 1826, por datar de aquel año la primitiva construcción que aprovechaba las murallas de la ermita. Después del despliegue industrial de los hermanos Salmón, la cocina del restaurante está regentada por Juan Carlos Gómez Cobo y, a decir verdad, magníficamente regentada.

El maligno placer de excitar las papilas gustativas de nuestros lectores nos suele llevar al elogio, acaso desmesurado, de los menús que degustamos. Pues bien, en esta particular ocasión hemos de confesar que no hay desmesura alguna en la ponderación de la cocina de La Ermita 1826.

No sólo el menú fue digno de un restaurante con muchos tenedores, sino que las cantidades hicieron claudicar hasta al más tripero del grupo, que a la sazón tiene nombre y apellidos que por discreción silenciamos, y, además, a tan ajustado precio que hasta a Alberto le dio corte el regatear. Juzguen ustedes si por 36 euros pueden encontrar algo mejor:

Entrantes: ensalada de jamón y foie; chopitos con ensalada de encurtidos; salteado de verduras de la mies con queso de Cobreces a la plancha. Segundos a elegir: rape a la crema de marisco o en salsa verde; merluza al Club Náutico; rollitos crujientes de rabo de toro; cochinillo al horno con ensalada y patata panadera. Postre: rollo de chocolate con helado de fresa.

Aclarando que lo de los segundos a elegir era a elegir dos medios, es decir, media ración de pescado o de carne, y que en La Ermita 1826 los medios pueden pasar perfectamente por enteros, se entenderá que muchos pasaran a la hora del cochinillo y que el resto lo dejara simplemente picoteado en los platos pese a que estaba delicioso. Sin embargo, a la hora del postre no hubo muchas defecciones.

Aunque hace tiempo que se estaba fraguando el fenómeno, a la hora del café se le dedicó a Alberto una cerrada ovación como pálida recompensa al acierto de su gestión en la elección de esta comida. Y es que en los últimos tiempos estamos mejorando ostensiblemente en la vertiente de lo gastronómico.

Después de comer y antes de dejarnos invadir por el sopor de la digestión, se hizo necesario volver por la factoría de La Ermita a recoger las compras efectuadas, toda vez que lo perecedero de los productos no hubiera soportado una larga estancia en el autobús durante la comida que, dicho sea de paso, se prolongó por más de dos horas y media.

viernes, 3 de junio de 2011

CANTABRIA INFINITA



Conocer en toda su amplitud y variedad las posibilidades turísticas que reune Cantabria no parece que sea algo que esté al alcance del común de los mortales. Esa es la impresión que obtuvimos de nuestra última excursión y de la que se ofrecen las imágenes adjuntas.